La Fuerza del sufrimiento, por Tamara Sanfabio.
A menudo, la imaginación supera la ficción, y en ocasiones tu esfuerzo a la razón. Muchas veces, no somos capaces de saber dónde podemos llegar hasta que no nos lo planteamos, e incluso sin buscarlo, nos vemos obligado a ello.
No había nadado desde hacía meses, podría haber pasado tal vez más de un año, y en siete días tendría que completar dos vueltas de 750 metros en el Azud de Pareja. Fundamentalmente, trataría de no ahogarme en el intento. Para ello, los primeros días de entrenamiento me empeñé en realizar sesiones en el agua entorno a los 1.500 metros, era lo máximo para lo que mis brazos estaban preparados, con las consiguientes agujetas que se iban acumulando.
Sobre las dos ruedas hice lo propio, tres salidas en días alternos, variando algo el terreno y la duración. Y por último unos cuantos kilómetros de carrera para que mis piernas no se olvidaran de ello.
Llegado el momento, pasados los siete días pertinentes, y tras más
de dos horas de esfuerzo, daba por finalizado mi primer y último -hasta
la fecha- triatlón de mi vida. Terminar esta prueba no tiene más valor
que el personal, no es ninguna heroicidad, el último mérito es la poca
preparación con la que contaba. Pero me sirvió de motivación y confianza
para posteriores retos. Haber conseguido realizar esfuerzos variados
continuados durante dos horas, me dió la seguridad para preparar mi
primera maratón un mes después. Y en los seis meses siguientes mi debut
maratoniano.
Pero no siempre es requisito plantearte desafíos para buscar tus límites. Hace unos días, sin apenas pretenderlo, un nuevo reto me enseñaría donde soy capaz de llegar. Durante el fin de semana, aprovechamos para hacer una visita a unos amigos de Mundaka. Con las bicicletas a cuestas, pusimos rumbo al País Vasco.
Amanecía un día espléndido para disfrutar sobre las dos ruedas en la localidad vizcaína donde el surf se ha consolidado como una de las señas de identidad del lugar. Madrugamos para unirnos a la grupeta ciclista que partía de Gernika a 10 kilómetros de distancia de nuestro alojamiento. Ya con el grupo, nos dirigimos hacia Montecalvo, Durango -pasando por el trágico lugar donde fue arrollado contra toda lógica Iñaki Lejarreta-, Elorrio, vuelta por Durango e Iurreta. A estas alturas de la historia, había pasado por varios apuros para seguir a mis acompañantes. Tendidas e interminables subidas, descensos peligrosos -para mi poco dominio de la bicicleta en estas circunstancias- y velocidades de vértigo para mis posibilidades.
Cuando pusimos rumbo de vuelta hacia nuestro lugar de origen y destino, inquiría conocer cuando realizaríamos la parada pertinente para avituallarnos y hacer un leve descanso. Para mi sorpresa y susto me anuncian que tenemos que regresar cuanto antes y no haremos tal receso. Mis piernas temblaban con los más de 70 kilómetros que llevaban pedaleando. Debía medir mis fuerzas, se agotaban peligrosamente. El trayecto realizado suponía hasta ese punto, ya en sí, el mayor número de kilómetros de mi experiencia ciclista.
Cuando habíamos planificado la ruta, estaba calculada algo más breve
o para regresar antes que mis compañeros. Ni en el peor de mis
pensamientos imaginaba rondar los 100 kilómetros sobre las dos ruedas.
Lo que en principio supuso temores y miedos, una vez superados, con
ciertas protestas y quejas mediante, se convirtió en satisfacción y
orgullo personal. Sin ni siquiera pensarlo, ni quererlo, batí mis
registros, superé aquello que de haberlo sabido con antelación habría
visto imposible y rehusado en el intento.
La actividad física, ya sea correr, nadar, montar en bicicleta o cualquier otra tarea que te permita establecer tus propios retos, buscar tus límites, te brinda la posibilidad de la superación. Conseguir los desafíos te dota de confianza para alcanzar todo aquello que te propongas, ya sea en el ejercicio físico como en la vida cotidiana.
A menudo, la imaginación supera la ficción, y en ocasiones tu esfuerzo a la razón. Muchas veces, no somos capaces de saber dónde podemos llegar hasta que no nos lo planteamos, e incluso sin buscarlo, nos vemos obligado a ello.
Tamara en el Duatlon de Gernika |
Mi primer triatlon
Corría el verano del 2009 cuando en compañía de la atleta Sonia Bejarano, nos propusimos participar en un triatlón. Hasta entonces sólo había sido de la partida en alguna prueba de duatlón, combinando la carrera con la bicicleta. Esa temporada, Sonia y yo teníamos un apretado calendario deportivo, así que sólo encontramos una competición que se ajustara más o menos a lo que buscábamos, en Pareja, una localiad de Guadalajara. Nos decantamos por hacer nuestro debut en un triatlón olímpico, o lo que es lo mismo: 1.500 metros nadando, 40 kilómetros en bicicleta y 10 kilómetros corriendo. La fecha, un 15 de agosto, una semana después de mi última competición de atletismo de la temporada, un 3000 metros obstáculos. Lo que traducía nuestro objetivo en un reto contrarreloj. Disponíamos de un margen de tiempo escaso para preparar dos disciplinas a las que no estábamos acostumbradas, la natación y el ciclismoNo había nadado desde hacía meses, podría haber pasado tal vez más de un año, y en siete días tendría que completar dos vueltas de 750 metros en el Azud de Pareja. Fundamentalmente, trataría de no ahogarme en el intento. Para ello, los primeros días de entrenamiento me empeñé en realizar sesiones en el agua entorno a los 1.500 metros, era lo máximo para lo que mis brazos estaban preparados, con las consiguientes agujetas que se iban acumulando.
Sobre las dos ruedas hice lo propio, tres salidas en días alternos, variando algo el terreno y la duración. Y por último unos cuantos kilómetros de carrera para que mis piernas no se olvidaran de ello.
No siempre es necesario plantearte retos para ir más allá de tus límites
Pero no siempre es requisito plantearte desafíos para buscar tus límites. Hace unos días, sin apenas pretenderlo, un nuevo reto me enseñaría donde soy capaz de llegar. Durante el fin de semana, aprovechamos para hacer una visita a unos amigos de Mundaka. Con las bicicletas a cuestas, pusimos rumbo al País Vasco.
Amanecía un día espléndido para disfrutar sobre las dos ruedas en la localidad vizcaína donde el surf se ha consolidado como una de las señas de identidad del lugar. Madrugamos para unirnos a la grupeta ciclista que partía de Gernika a 10 kilómetros de distancia de nuestro alojamiento. Ya con el grupo, nos dirigimos hacia Montecalvo, Durango -pasando por el trágico lugar donde fue arrollado contra toda lógica Iñaki Lejarreta-, Elorrio, vuelta por Durango e Iurreta. A estas alturas de la historia, había pasado por varios apuros para seguir a mis acompañantes. Tendidas e interminables subidas, descensos peligrosos -para mi poco dominio de la bicicleta en estas circunstancias- y velocidades de vértigo para mis posibilidades.
Cuando pusimos rumbo de vuelta hacia nuestro lugar de origen y destino, inquiría conocer cuando realizaríamos la parada pertinente para avituallarnos y hacer un leve descanso. Para mi sorpresa y susto me anuncian que tenemos que regresar cuanto antes y no haremos tal receso. Mis piernas temblaban con los más de 70 kilómetros que llevaban pedaleando. Debía medir mis fuerzas, se agotaban peligrosamente. El trayecto realizado suponía hasta ese punto, ya en sí, el mayor número de kilómetros de mi experiencia ciclista.
Conseguir los desafíos que nos proponemos nos dota de confianza/ Getty
La actividad física, ya sea correr, nadar, montar en bicicleta o cualquier otra tarea que te permita establecer tus propios retos, buscar tus límites, te brinda la posibilidad de la superación. Conseguir los desafíos te dota de confianza para alcanzar todo aquello que te propongas, ya sea en el ejercicio físico como en la vida cotidiana.
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